Joaquín se levantó al alba y con el toque de diana el nuevo día daba sus primeros ruidos en la alborotada ciudad de Herat. Miro al calendario frente a su litera y tacho el 14 de junio al tiempo que veía que hoy el equipo de su ciudad natal jugaba en Zaragoza.
Desde diciembre no había ido al Arcángel, creciendo cada vez más la necesidad de ver un fútbol con sentimiento, le faltaba pocos días para volver a España pero necesitaba saber ya de sus colores blanquiverdes.
Se vistió y cuando lo hizo se colgó su particular escudo como colgante del Córdoba, saludando a sus compañeros mientras se encaminaba a la rutina de cada día evocada a caminar las violentas calles y tierras de Afganistán.
El día era caluroso, propio del verano que se avecinaba, el convoy de hoy iba a ser el más duro de los hechos hasta ahora por Joaquín.
-Hoy son las elecciones del Madrid, haber si vuelve Florentino- comentó Ángel, compañero de escuadrilla.
–Va, me da igual el Real, yo quiero que gane hoy mi equipo y nos salvemos ya- le respondió.
-Tío, hazte de un equipo ganador de una vez, que siempre estáis llorando con los empates a última hora, con que si los árbitros, con todo.-
-¿Y? Da igual, es un sentimiento.- Joaquín no se cansaba de decir estas palabras, le salían como si de su rutina normal se trataran.
La conversación se vio interrumpida por un frenazo, al segundo se oyeron gritos de talibanes diciendo en su lengua natal que bajaran. Poco duraron sus gritos, los disparos empezaron a venir de todas partes. Joaquín se salió por la puerta y cogió su fusil apuntando a todo lo que se movía. El miedo le llegó por primera vez, sentía la muerte de cerca. Sangre, dolor, gritos de cólera, todo se sucedía en poco tiempo. Venir a un país para ayudarlos y ahora encontrarse con aquello.
Joaquín se dio la vuelta tras oír el estallido de una granada, el humo de la nombrada sería lo último que viera tras el impacto de una bala en su pecho. 2 segundos dan para mucho, pero él solo pensó en su familia y que ya nunca podría volver a gritar los goles en el Arcángel.
3 días después abrió los ojos, estaba vivo y la mente le volvía a funcionar. Le miraron y solo pudo preguntar: ¿Cómo ha quedado el Córdoba?
Tardaron en contestar pues lo estaban buscando, le dijeron que empate, se lo jugarían contra el Murcia.
-Has tenido suerte joven, unos centímetros más y hubieras viajado al otro mundo- le afirmaron.
-No siento ninguna herida, solo un moratón en el pecho. ¿Qué pasó? - pregunto con curiosidad.
-Tu sentimiento te ha salvado, tu sentimiento- le mostro a Joaquín su colgante con una hendidura en el escudo del reino.
El chico no era de creer mucho en milagros, siempre se los hacían a él y a su Córdoba. No se lo creía, tenía unas ganas inmensas de regresar a casa y agradecerle a su equipo su salvación.
Ellos me habían salvado, ahora me tocaba a mí. Pensó con entusiasmo mientras recogía sus cosas. Era jueves y el avión hacía Torrejón salía mañana a primera hora, miro el calendario y veía que solo quedaban 3 días para la última jornada. Que ganas tenía.
Llego a Córdoba el sábado a media tarde y nada más bajarse del tren fue a la taquilla, sacó su entrada en preferencia y fue a descansar.
El partido le recordaba a la emboscada del otro día, su equipo se veía desbordado, no podía contener más las acometidas murcianas y el gol le silencio a su afición. Los minutos pasaban, necesitaban la victoria y no llegaban los dos goles.
El barco se hundía, sus gritos no ayudaban, las lagrimas empezaba a derramarse por sus pupilas. Cristian Álvarez tenía una opción difícil de marcar de falta, otras veces las había metido desde ahí pero hoy no salía nada.
Pero marcó. ¡GOOOOL! La grada se vino abajo, era tarde pero aún quedaba tiempo, 2 minutos y el añadido. La salvación del sueño podía hacerse realidad todavía. Vamos Córdoba, vamos. El Murcia era ahora el que se veía acongojado en su estrecha área.
Como bombardeos en el pacífico se sucedían las ocasiones para los blanquiverdes. Natalio tenía la última, iba a pitar, el público ya se veía en segunda b, estaban encerrados los murcianos, era imposible marcar. Decidió pasarle el milagro a Javi Flores, él sí, se sacó una maravillosa ruleta para quedarse solo con el arquero.
No podía ser, iba al palo, el dolor le abatió una vez al corazón de Joaquín. Pero Jaime Asensio de la Fuente no pensaba permitirlo, golpeo con todas sus fuerzas y el valón se estrelló en la red. El árbitro lo daba por valido y 18 200 almas echaron a bajo cualquier indicador de decibelios.
Joaquín saco su colgante, lo miro y le dijo: Me has salvado la vida dos veces en una semana.
Se había conseguido, se salvaron y estarían otro año más en segunda. Los milagros existían y en él se habían teñido de un claro tinte blanquiverde. Ser cordobesista no era una carga, era un sueño, un deber, un sentimiento…
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