martes, 21 de diciembre de 2010

El último abrazo

Día feliz de noviembre, el último de ellos, el final aunque él no lo sabía. Un amanecer como cualquier otro se abría en una mañana de domingo, aún estaba vivos los tan anhelados destellos deseos del ayer cuando miró a los ojos de sus sueños, la mirada de su perdición, la que haría que su vida ya no volviera a ser la aburrida historia de un joven estudiante.

Miraba por la ventana mientras desayunaba, cada cucharada de los cereales parecía saber más rica en ese día, se miraba al espejo y se veía contento, era un chico feliz. Tanta era esa felicidad que al son de cualquier canción la tarareaba e incluso bailaba y al filo del mediodía en el Mare Mostrum aparecía ella, estaba conectada… la primera conversación del día.

Se fue tres horas después y pudo leer estas palabras… “Si te apetece luego voy a despedirte”… Pasó una larga tarde caminando en los pocos metros de su piso, esperando una llamada que parecía que no iba a suceder nunca. Pero llegó, a las ocho vibró el móvil, cinco veces se repitió esa sacudida, era ella… “Oye, me dijiste algo antes por el Messenger de ir a despedirme”… La sonrisa se iluminaba en su rostro, al joven se le había concedido su deseo, vivir una hora más de cara a sus sueños.

No había tiempo para celebrar ni arreglarse, el tiempo corría en su contra y debía de coger un autobús rápido, el primero que saliera de la glorieta… Lo cogió y cada minuto que pasaba se hacía una hora, ¿llegaría a tiempo?

Ya estaba allí, donde quedaron, no la encontraba, estaba escondida en uno de los pasillos laterales con un amigo, era simpático, hablaron los tren durante todo ese tiempo hasta que se encaminaron por las calles de la ciudad. El chico deseaba quedarse sola con ella, poder susurrarle al oído lo feliz de mirarla un día más pero solo tuvieron diez minutos…

El suelo estaba mojado, ella le cogió del brazo y luego él llevó su mano hacía la suya… Fueron cogidos de la mano este pequeño trayecto, el último paseo juntos, nada parecía ser que fuera a ser el último. “¿Estás tristón? Le preguntó la joven… Pero el chico nunca estaría triste mientras pudiera mirar a esos ojos, simplemente tenía miedo, de cometer cualquier error, cualquier pellizco que le despertara de ese sueño.

Y ahí llegaron, unas escaleras, un tren, un adiós. Llegó la hora de despedirse, “te conectarás ahora”, “claro, siempre encontraré un hueco para ti”, se miraron a los ojos y se pudo ver amor… Había que darse un abrazo, que ese sentimiento entre los dos brotara del uno para el otro y del otro para el uno.

Pero el chico aún no sabía que ese iba a hacer el último abrazo… La mañana siguiente a ese 21 de noviembre todo cambiaría, lo construido serían ruinas y de las ruinas no renacería nunca más nada.

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