Los días pasan, y una vez más, he fracasado en la batalla. A veces ser valiente no sirve, a veces ser cobarde te salva, te guarda de la derrota, del olvido de una persona donde reposa tus sueños, tus deseos, tus anhelos. Un lugar donde ya no estás, donde fuiste expulsado bajo el pretexto de no herirte más. ¿Volveremos a hablar? Lo dudo. El dolor sigue creciendo, el desprecio le acompaña; su sonrisa antes sanadora, es ahora la imagen del mal.
Aún estás a tiempo, sé esa gran amiga de tu despedida… Vuelve a mí.
miércoles, 25 de enero de 2017
domingo, 2 de junio de 2013
Negar lo innegable
Moderar en foros masivos como lo hace el aquí presente siempre te da ese grado de conocer singularidades sociales e individuales, de ver lo genio y lo grotesco. El querer justificar cualquier factor de comportamiento de la forma más absurda posible.
El caso que me ocupa hoy puede estar muy de actualidad: el uso del castellano en tierras extranjeras internas, llamado también CatalunYa. Un chico escribió, de forma reiterada, canvio en vez de cambio. Una confusión diríamos de idioma si no fuera por su nulo interés en remendarlo tras los avisos de otros presentes en la conversación.
Ahí empieza una dialéctica nacionalista, harta de ver que no citaré. Pero en ese punto salta la frase, el titular: “soy catalán, no sé hablar bien castellano”. ¿Puede servir de excusa real esta afirmación? ¿Cabe la posibilidad de que un barcelonés, o gerundese u otro lugar, de 16 años desconozca reglas básicas de escritura del idioma cooficial y ampliamente extendida en tu región?
La respuesta es obvia: no. Puedes querer hacer una apología de querer sacar el castellano de las aulas, de querer defender a ultranza el idioma de identidad propia, o bien puedes acudir a lo mal que te cae Cervantes o Pío Baroja para despreciar su uso. Cualquier cosa, sí. Sin embargo eso nunca bastará. La evidencia está ahí.
Ese joven estudiante catalán disfruta de sus horas de tiempo libre estrujando al máximo un videojuego cuyos textos están traducido al idioma de la Ñ, igualmente buena parte de las películas vistas en el cine optarían por un doblaje español, en la tele salvo tres o cuatro autonómicas o locales tus preferencias de ocio te llevaría a Antena 3, Cuatro, laSexta… Y por supuesto, tu afán por el fútbol haría leer cada ápice de la prensa y ahí el castellano te abrazaría. Todo ello sin olvidarnos del simple contacto social, de las pocas horas aprendidas en la escuela. Un entorno que te rodea, y una burbuja que te montarás, pero que siempre será penetrable.
Decía, ya en líneas finales a una compañera, que tú podías irte al Polo Norte, meterte en tu pequeño hogar en las altas latitudes y poner calefacción a nivel ecuatorial. Pero que bastaría con mirar por la ventana para saber que alrededor tuyo el frío es el protagonista. Esto no deja de ser diferente, la realidad no puedes falsearla.
Así pues, no, no puedes afirmar que tu condición de catalán te impide llevar un correcto uso de lo más básico del castellano.
El caso que me ocupa hoy puede estar muy de actualidad: el uso del castellano en tierras extranjeras internas, llamado también CatalunYa. Un chico escribió, de forma reiterada, canvio en vez de cambio. Una confusión diríamos de idioma si no fuera por su nulo interés en remendarlo tras los avisos de otros presentes en la conversación.
Ahí empieza una dialéctica nacionalista, harta de ver que no citaré. Pero en ese punto salta la frase, el titular: “soy catalán, no sé hablar bien castellano”. ¿Puede servir de excusa real esta afirmación? ¿Cabe la posibilidad de que un barcelonés, o gerundese u otro lugar, de 16 años desconozca reglas básicas de escritura del idioma cooficial y ampliamente extendida en tu región?
La respuesta es obvia: no. Puedes querer hacer una apología de querer sacar el castellano de las aulas, de querer defender a ultranza el idioma de identidad propia, o bien puedes acudir a lo mal que te cae Cervantes o Pío Baroja para despreciar su uso. Cualquier cosa, sí. Sin embargo eso nunca bastará. La evidencia está ahí.
Ese joven estudiante catalán disfruta de sus horas de tiempo libre estrujando al máximo un videojuego cuyos textos están traducido al idioma de la Ñ, igualmente buena parte de las películas vistas en el cine optarían por un doblaje español, en la tele salvo tres o cuatro autonómicas o locales tus preferencias de ocio te llevaría a Antena 3, Cuatro, laSexta… Y por supuesto, tu afán por el fútbol haría leer cada ápice de la prensa y ahí el castellano te abrazaría. Todo ello sin olvidarnos del simple contacto social, de las pocas horas aprendidas en la escuela. Un entorno que te rodea, y una burbuja que te montarás, pero que siempre será penetrable.
Decía, ya en líneas finales a una compañera, que tú podías irte al Polo Norte, meterte en tu pequeño hogar en las altas latitudes y poner calefacción a nivel ecuatorial. Pero que bastaría con mirar por la ventana para saber que alrededor tuyo el frío es el protagonista. Esto no deja de ser diferente, la realidad no puedes falsearla.
Así pues, no, no puedes afirmar que tu condición de catalán te impide llevar un correcto uso de lo más básico del castellano.
miércoles, 10 de abril de 2013
Ayer me senté a comer pipas a 299 metros de la casa de un político, ¿Voy a ir a la carcel?
La simple y habitual acción de caminar en este país puede ser más propia de los aventureros en busca de altos riesgos. El Gobierno de esta, nuestra nación, ha dado orden a prohibir los llamados “escraches” a una distancia tan exagerada como 300 metros.
Una vez más, la normativa vira el comportamiento del pueblo a alejarse por ley del político. A demostrar un día más su simple protagonismo en un papel cada cuatro años. Ciudadanos sin representación, sin posibilidad de expresar y hacer cumplir a sus votados el cometido por el que fueron elegidos.
¿Cómo puedo confiar en la clase política si resuelve sus problemas personales antes que los sociales? Vivimos en un sin sentido. En un país donde el ser con corbata echa el grito en el cielo, en que es maltratado por las masas porque algún exaltado llamó “asesino”. Pero en un estado donde destrozar familias enteras, donde cortar las oportunidades de volver a creer no es un problema de debate urgente.
Vuestra creencia metida en esos cuerpos embutidos en trajes, corbatas y maletines no es digna de exigir respeto. Escuchar al ciudadano debería ser lo legítimo, lo democrático. Vuestra coacción no es más que pura hipocresía, del que encuentra reuniones constantes, desayunos y cenas.
Un Gobierno basado en una mentira, en una falsa mayoría… Y este es el final, tener cuidado pues comer pipas puede ser vuestro fin.
Una vez más, la normativa vira el comportamiento del pueblo a alejarse por ley del político. A demostrar un día más su simple protagonismo en un papel cada cuatro años. Ciudadanos sin representación, sin posibilidad de expresar y hacer cumplir a sus votados el cometido por el que fueron elegidos.
¿Cómo puedo confiar en la clase política si resuelve sus problemas personales antes que los sociales? Vivimos en un sin sentido. En un país donde el ser con corbata echa el grito en el cielo, en que es maltratado por las masas porque algún exaltado llamó “asesino”. Pero en un estado donde destrozar familias enteras, donde cortar las oportunidades de volver a creer no es un problema de debate urgente.
Vuestra creencia metida en esos cuerpos embutidos en trajes, corbatas y maletines no es digna de exigir respeto. Escuchar al ciudadano debería ser lo legítimo, lo democrático. Vuestra coacción no es más que pura hipocresía, del que encuentra reuniones constantes, desayunos y cenas.
Un Gobierno basado en una mentira, en una falsa mayoría… Y este es el final, tener cuidado pues comer pipas puede ser vuestro fin.
lunes, 8 de abril de 2013
Reyes en la hipocresía
No, no voy a hablar de políticos. Ellos son directamente los dioses de esta profesión, los Messi de la hipocresía. Hoy os traigo una entrada breve, una reflexión de cómo a algunos nos alumbra la alta competencia, de ser más que el vecino, de ser el número uno.
Personas capaces de no ver más allá de sus más conocidos defectos para magnificar y poner ejemplos los pequeños errores similares cometidos por otros. Profesionales no capaces de defender su producto, su trabajo y tratar de causar el desprestigio del rival pero compañero también.
Una lección tras otra de lo que no debe hacerse y mientras tanto a tus espaldas cometer el mismo fallo dos, tres, cuatro… Olvidados de mirarse el ombligo, espejos rotos pero telescopios completos. Hombres cuyo ego son tan altos que ni el fracaso medido capaces de aceptar serían. Excusas, excusas, excusas…
Breves palabras, breve crítica, mañana seguirán trabajando y los humildes pero más capaces posiblemente en un nuevo ERE. Injusticia.
Personas capaces de no ver más allá de sus más conocidos defectos para magnificar y poner ejemplos los pequeños errores similares cometidos por otros. Profesionales no capaces de defender su producto, su trabajo y tratar de causar el desprestigio del rival pero compañero también.
Una lección tras otra de lo que no debe hacerse y mientras tanto a tus espaldas cometer el mismo fallo dos, tres, cuatro… Olvidados de mirarse el ombligo, espejos rotos pero telescopios completos. Hombres cuyo ego son tan altos que ni el fracaso medido capaces de aceptar serían. Excusas, excusas, excusas…
Breves palabras, breve crítica, mañana seguirán trabajando y los humildes pero más capaces posiblemente en un nuevo ERE. Injusticia.
Aquella pequeña biblioteca
El tiempo no es esquivo a la nostalgia… Cada gota de lluvia acrecienta esa memoria, cada rayo de luz la vuelve más tenue en vez de borrosa. La nostalgia no es simple recuerdo, es sentimiento, el poder de llevarte a momentos y hacerte añorar cual fina línea de batalla tuvieras.
Una pequeña foto, cuyo tamaño no llega ni para sobrepasar a tu dedo pulgar, puede transporte contra voluntad propia a ese día, a ese lugar, a esa vieja costumbre. A esa pequeña biblioteca. Aquellas mañanas de recreo, donde ejercíamos de defensores del patrimonio curando las heridas de aquel viejo libro sagrado, de las risas por esa otra enciclopedia de los horrores o los retos del lector más rápido. Hábitos, formas de pasar el poco tiempo libre de aquel colegio donde creciste.
Saltas de esa biblioteca, renaces en las aulas. Pupitres pequeños, sillas incómodas, tratas de acomodarte usando esa pared de pinturas caídas pero sin manchar tu jersey nuevo. Una última clase va a empezar… Los sudores caminan por la frente y el hambre no es solo cuestión de comida. Esperamos el timbre esperanzador, unos deciden cogerle el reloj al profesor y adelantarlo unos minutos. Cualquier cosa es válida por ver esa puesta de cristal antes de que caiga una hoja más.
La sirena suena y la libertad vuelve. Junto a aquel eterno pilar esperes junto a un compañero unos minutos para volver a casa. En frente otros no tienen tanto tiempo para el reposo y corren hacia el autobús. Aquel joven de pantalones verdes chillones en zancada a zancada regresa en tu mirada, las carcajadas estaban aseguradas.
No es un día normal, es un día del pasado. Una vida corta pero tan llena de recuerdos. Viajes a las mañanas del ayer, a las minúsculas preocupaciones, a esos detalles que hacían cada día especial entre tanta monotonía.
Una pequeña foto, cuyo tamaño no llega ni para sobrepasar a tu dedo pulgar, puede transporte contra voluntad propia a ese día, a ese lugar, a esa vieja costumbre. A esa pequeña biblioteca. Aquellas mañanas de recreo, donde ejercíamos de defensores del patrimonio curando las heridas de aquel viejo libro sagrado, de las risas por esa otra enciclopedia de los horrores o los retos del lector más rápido. Hábitos, formas de pasar el poco tiempo libre de aquel colegio donde creciste.
Saltas de esa biblioteca, renaces en las aulas. Pupitres pequeños, sillas incómodas, tratas de acomodarte usando esa pared de pinturas caídas pero sin manchar tu jersey nuevo. Una última clase va a empezar… Los sudores caminan por la frente y el hambre no es solo cuestión de comida. Esperamos el timbre esperanzador, unos deciden cogerle el reloj al profesor y adelantarlo unos minutos. Cualquier cosa es válida por ver esa puesta de cristal antes de que caiga una hoja más.
La sirena suena y la libertad vuelve. Junto a aquel eterno pilar esperes junto a un compañero unos minutos para volver a casa. En frente otros no tienen tanto tiempo para el reposo y corren hacia el autobús. Aquel joven de pantalones verdes chillones en zancada a zancada regresa en tu mirada, las carcajadas estaban aseguradas.
No es un día normal, es un día del pasado. Una vida corta pero tan llena de recuerdos. Viajes a las mañanas del ayer, a las minúsculas preocupaciones, a esos detalles que hacían cada día especial entre tanta monotonía.
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